
"No existe, realmente, el arte. Tan solo hay artistas" Ernst Gombrich.
Siempre he sentido apego por esta cita. Quizás porque sugiere, como lo hace Maurizio Cattelan con la obra "Comedian" una simple banana adherida con cinta a la pared, que el arte es un campo de significados en disputa. La primera vez que la utilicé fue hace 20 años en uno de los capítulos de mi tesis. Desde entonces, ha sido una referencia constante. Es de esas frases que, desde su simpleza, evocan un tono axiomático redondo. Pienso en ella con frecuencia cada vez que necesito contrastar un tema relacionado con aquello que produce un artista y las interesantes batallas simbólicas y de legitimación a las que es sometida esa obra ante la sociedad.
Con esta afirmación, Ernst Gombrich inaugura su famosa Historia del arte. Lo hace al principio de la introducción, de manera estratégica. Justo antes de iniciar un viaje histórico en el que seguramente la idea de una definición esencialista del arte lo situaría en territorios agrestes, difíciles de transitar. Una buena jugada. Posiciona al artista en primer plano. Nos invita a recordar que la obra de arte es el resultado de las acciones de un sujeto sensible. Esto también puede evocar la "cosidad" del dispositivo artístico como un soporte que, más allá de existir, es el vehículo necesario para el desocultamiento de una verdad (Heidegger). Esta verdad es generada por el atrevimiento de articular y organizar elementos por parte de un artista. También nos invita a pensar que la definición del arte no debería ser dibujada como una forma cerrada, dado que no se trata de una existencia única. Al contrario, varía en forma y significado, influenciada por el proceso de decodificación subjetiva impulsado por un interlocutor que dialoga con ella. Como una silla que puede ser objeto, representación y palabra a la vez como en"One and Three Chairs" de Joseph Kosuth la esencia del arte se sostiene en la pluralidad de sus interpretaciones.

Si el arte no es una entidad fija, si es una construcción determinada por quienes lo crean y lo interpretan, entonces, ¿Qué criterios establecen su existencia? ¿Dónde radica su valor? ¿Cuál es su relevancia simbólica? Estas no son preguntas nuevas. Al contrario, tienen una condición atávica. Es posible rastrear sus orígenes desde Platón y extender una línea de tiempo hasta nuestros días, atravesando un largo recorrido de posicionamientos, críticos y conceptuales, que no responden necesariamente a una línea cronológica estable, sino que, más bien, dialogan con un sistema de paralelismos territorio-temporales del pensamiento subjetivo desarrollado a lo largo de la historia.
Este artículo es una excusa para reflexionar sobre ese reparto de autoridad en la definición del arte. Tal vez, tejer lecturas mediadoras que permitan aproximarnos a los diferentes cercos limítrofes que han crecido como bardas naturales a lo largo del tiempo, convirtiendo el terreno del arte en una especie de laberinto. Me gustaría trazar una línea punteada, podar un poco y facilitar el tránsito.
Propongo explorar esta reflexión en tres "peldaños". En el primero, el arte es una categoría abierta, accesible universalmente, en la que cualquier individuo puede determinar qué es arte (al menos para sí mismo) a partir de su experiencia directa con la obra. En el segundo, analizamos la identificación de elementos de valor y relevancia simbólica que establecen la base para construir marcos interpretativos. Finalmente, en el tercer peldaño, abordamos el papel de los especialistas como voces informadas que validan institucionalmente el arte y el rol del sistema del arte como fuerza de influencia en su inscripción como referente histórico.

El arte, en su nivel más inmediato, es definido por la experiencia individual. Aquello que un sujeto considera arte, al menos para sí, es válido dentro de su horizonte de comprensión. Esta perspectiva abre el concepto de arte a una pluralidad de interpretaciones, donde el acto de reconocer una obra de arte depende en gran medida del proceso de interlocución con el espectador.
En El origen de la obra de arte, Martin Heidegger plantea: "¿Qué es el arte? Buscamos su esencia en la obra efectivamente real. La realidad de la obra ha sido determinada a partir de aquello que obra en la obra, a partir del acontecimiento de la verdad" (1). Siguiendo esta línea, entendemos que la obra de arte no existe de manera aislada, sino que se configura en la relación con su espectador, quien le otorga significado al plantearse preguntas en relación a ella y descubrir su verdad, integrándola en su propia cosmovisión. Como la famosa "Fountain" de Marcel Duchamp, que un día fue objeto cotidiano y, al siguiente, arte, la obra adquiere sentido en el acto de su percepción.

Si en el primer peldaño el arte se define desde la subjetividad del espectador, en el segundo nos preguntamos: ¿existen criterios objetivos que permitan distinguir el arte de lo que no lo es? Arthur Danto, en Después del fin del arte, sugiere que "ser una obra de arte significa ser: a) acerca de algo y b) encarnar su sentido". (2) Es decir, el arte no es solo la materialidad de un objeto, sino su capacidad para generar reflexión y ser comprendido dentro de un marco teórico y cultural. Como una pintura "Untitled (Black on Grey)" de Mark Rothko, que nos desafía con su carga emocional, la relevancia de la obra no está solo en su ejecución técnica, sino en su capacidad de interpelación simbólica.

El tercer peldaño introduce la voz de los especialistas, quienes contemplan una dimensión más amplia de la obra. No se trata solo de un posicionamiento basado en el conocimiento técnico, o teórico, sino también de una estructura de significados construida desde su relación con el arte. En palabras de Heidegger, "Lo que ocurre es que la verdad se ve arrojada en la obra a los futuros cuidadores, esto es, a una humanidad histórica" (3).
El sistema del arte no es un ente homogéneo, sino una red de elementos que coexisten en un espacio de tensiones y articulaciones. Museos, críticos, coleccionistas, ferias de arte, artistas y público general conforman una red interdependiente. Como señala Danto: "Percibir algo como arte requiere algo que el ojo no puede modificar: una atmósfera de la teoría artística, un conocimiento de la historia del arte: un mundo del arte" (4). Es este entramado el que, en ocasiones, decide que una escultura preservada en formol se transforme en icono de una época, como en el caso de "The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living" del artista inglés Damien Hirst.

La pregunta sobre quién tiene la autoridad para definir el arte no tiene una respuesta unívoca. El arte se define en distintos niveles de interacción: desde la subjetividad del espectador, pasando por la identificación de elementos de valor y relevancia simbólica, hasta la validación de los especialistas y la influencia del sistema del arte, un concepto volátil, como el globo que se escapa de las pequeñas manos de la niña en "Girl with Balloon" de Banksy.
Más que una categoría cerrada, el arte: es un campo de disputa en constante transformación, donde diferentes actores negocian su significado y su valor simbólico. Aunque estas negociaciones, en muchos casos, generen la sensación de ser complejos eventos diplomáticos en el marco de una guerra fría, entre comunidades que actúan en representación de grandes territorios políticos.
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Citas:
1. Heidegger, M. (1996). El origen de la obra de arte. En Caminos de bosque Madrid: Alianza. 1996 (pp.35)
2. Danto, A. (1997). Después del fin del arte: El arte contemporáneo y el linde de la historia. Barcelona: Paidós. (Capitulo 11)
3. Heidegger, M. (1996). El origen de la obra de arte. En Caminos de bosque Madrid: Alianza. 1996 (pp.50)
4. Danto, A. (1997). Después del fin del arte: El arte contemporáneo y el linde de la historia. Barcelona: Paidós. (Capítulo 9)
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Este artículo es una extensión del capítulo nº13 del Podcast "Pensamiento Volátil"
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